Sabes que te sientes frustrado por no tener la certeza de tus capacidades mentales, y sospechas que el buen juicio te abandona por lo que escuchas; así que, para tranquilizarte, ¿por qué no intentas rememorar tu historia desde el principio? Busca cualquier detalle que te pueda hacer recobrar mágicamente la confianza en tu raciocinio.
Te llamas Ezequiel, tienes treinta y ocho años, y escuchas una voz. Hace no mucho te llamabas Ezequiel, tenías treinta y ocho años, y estabas bien. ¿Qué cambió? Ana. La voz comenzó poco después de conocerla y concertar aquella cita con ella. ¡Ana! Una explosión instantánea de euforia recorrió tu cuerpo. Como la combustión de una cabeza de cerillo que en pocos segundos se vuelve llama, restriegas la áspera incertidumbre hasta convertirla en una llama de esperanza. Lo sientes en cada una de las células de tu cuerpo: ella debe ser la clave. “Piensa, piensa”, te repites. Y, poco a poco, recuerdas la primera vez que la viste.
Fue aquella tarde, cuando la observaste a lo lejos entrando a un consultorio, admirabas su cuerpo sensual y su agradable sonrisa. “Hermosa. Tengo que conocerla”. Decidiste seguirla y al entrar en el consultorio y buscarla con la mirada comprobaste que ya no estaba ahí. Al abordar a la recepcionista, aprendiste su nombre: Ana, su profesión: psicóloga, la dirección de su consultorio: el mismo que ocupabas y, armado de valor, con el corazón latiendo a una velocidad que no parecía saludable, decidiste concertar una cita. La cita con la que inició la voz que escuchas. Poco te importó que te cobraran por esa reunión, porque en tu mente tú ya estabas con ella, platicándole de ti, abriendo tu corazón y conociéndola. Estabas seguro de que ustedes dos eran almas gemelas. Destinados el uno para el otro.
Sin embargo, te hicieron pasar y, cuando estuviste frente a ella, cuando te miró con esos ojos esplendorosos, cuando se pasó la mano por su larga cabellera roja, cuando te sonrió, algo dentro de ti se paralizó. Las palabras no salieron y tu cuerpo, como si fuera una vil marioneta que se mueve ante el deseo de un extraño, simplemente se sentó en el sillón. Ella tomó la iniciativa, te preguntó tus miedos, dudas y expectativas, las razones que te habían llevado a estar ahí con ella; ¡pero no se las podías decir! No podías decirle que sólo la buscabas porque sin ella no estarías completo; así que le mencionaste cuanto se te ocurrió: tu vida en soledad, tu trabajo, la relación –o, más bien, la falta de ella– con tus padres, y llegaste a un punto en el que el llanto te inundó. Los problemas que no sabías que existían arremetieron con una fuerza brutal. Cada palabra salida de tu boca sólo te hería más y más, hasta que no quedaron ganas de seguir hablando. O más bien, hasta que el enojo, el miedo y las demás emociones surgidas te bloquearon la memoria. Tus recuerdos se evaporaron y quedaste en blanco, completamente en blanco.
¡Ahora lo recuerdas! La psicóloga, al ver el repentino surgimiento de aquella amnesia, temió que avanzara hasta dejarte completamente hueco, así que decidió probar algo nuevo. Lo único que podría hacer que recobraras la memoria… si todo salía bien.
–¿Sabe usted lo que es la terapia de la hipnosis?
–No estoy seguro. Tu amnesia estaba arrasando con todo. El miedo de perder hasta el conocimiento de tu ser te invadió. ¿Qué estaba pasando?, ¿por qué no podías pensar con claridad?, ¿acaso en ese momento comenzaste a perder la razón?
–No se preocupe, está teniendo un ataque de ansiedad. Sólo recuéstese, relájese y escuche mi voz. Lo guiaré en un viaje a través de su inconsciente.
“Espera un momento”, –brincó el pensamiento en tu mente–, “yo he escuchado sobre la hipnosis. Incluso me han dicho que soy especialmente receptivo”.
–Me parece que ahora viene a mi memoria el hecho de que ya he probado esto de la hipnosis antes, pero no recuerdo bien –le aclaraste.
–No se preocupe, con esta sesión le ayudaré a recuperarse de este colapso nervioso; sólo relájese y escuche mi voz. Escuche mi voz. Se siente cansado –y en efecto, te sentiste cansado–. Tiene sueño –y, de verdad, un sopor se apoderó de ti–. Escúcheme –y aquella voz comienza a oírse lejana, como cuando estás a punto de desmayarte… como un zumbido.
–No me puedo concentrar –dijiste en el más profundo estado de conciencia, el más profundo que jamás un ser humano había experimentado–. Escucho un zumbido en mi cabeza. Y me siento adormecido.
–No se preocupe Ezequiel. Lo que está experimentando es normal.
–No, espere... no sólo está el zumbido, también escucho algo como... como una voz... pero apagada. No estoy seguro, pero creo que se parece mucho a la suya.
–Ezequiel, lo que oyes es mi voz. Escúchame. Trata de ignorar el zumbido.
–No escucho lo que me dice, el zumbido me adormece y opaca su voz.
–Creo que tenemos que detener esto. Eres especialmente receptivo. Dices tener una voz en la cabeza y un zumbido, ¡ponle atención a la voz, antes de que te pierda por completo!
–Ese zumbido. Es como si sufriera de locura. De una locura que estaba ahí dentro, como un monstruo escondiéndose en el clóset, listo para salir en cuanto me descuide. Y el pánico me ha hecho descuidado. Ahora sí sufro de locura. Estoy seguro. Apenas la escucho.
–Ezequiel, ponme atención, te guiaré de regreso. ¡No estás loco! Aunque creas que sí y te lo repitas hasta el cansancio, pero seguro te preguntas: ¿cómo saberlo? Crees estarlo porque de pronto comenzaste a escuchar esa voz, la misteriosa voz que te habla a lo lejos, la tenue voz que dices no entender porque jurarías que con ella se manifiesta un “zumbido” que te adormece sobremanera; sin embargo, eso no prueba absolutamente nada. Deberías relajarte. Incluso esa voz podría ser real...
En este caso, todo el cuento ocurre mientras Ezequiel ya está en estado de hipnosis. Ezequiel conoce a Ana, Ana le da psicoterapia y él descubre muchos asuntos inconclusos del pasado que lo sobreestimulan y le borran la memoria. Ana entonces lo hipnotiza, pero Ezequiel, al ser demasiado receptivo, le pone más atención a la sensación de hipnosis que a la voz de Ana, lo que lo hace perderse; cuando Ana intenta hacerlo recordar (para ayudarlo a salir de la hipnosis), Ezequiel recuerda el cómo fue hipnotizado, generando un estado de hipnosis dentro del estado de hipnosis... y así sucesivamente.
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El cuento está en segunda persona porque en realidad el narrador es Ana, cuando trató de guiar a Ezequiel fuera del estado de hipnosis.