Noviembre 10, 1888. Londres, Inglaterra
Querido Jack:
Me voy. Para cuando leas esta carta ya estaré lejos. No intentes buscarme. Sería inútil. Hemos estado ya mucho tiempo juntos, desde que el destino unió nuestros caminos en aquel consultorio que está sobre la calle Whitechapel High; sin embargo, hace unos meses, tu obsesión por aquellas mujeres se desbordó por completo.
Desde siempre has sentido fascinación por ese estilo de vida y por el uso que le dan a su cuerpo, e irónicamente comenzaste a visitarlas cuando, en alguna parte de tu mente, rechazabas su comportamiento. Parecía que el asunto sería pasajero, pero esas visitas y las fantasías que te generaban fueron ocupando la mayor parte de tu tiempo. Comenzaste a dejar de ser tú. Te transformaste. Al principio ibas solo, únicamente para satisfacer tus deseos. Luego comenzaste a llevarme contigo. Sólo me tocabas de vez en cuando mientras ellas te hacían disfrutar. A las pocas semanas, comenzaste a tomarme cada vez con más fuerza, a veces aún con ellas en la habitación, pero te molestaba que notaran mi presencia. Era asfixiante. Inapropiado. No obstante, el verdadero problema comenzó cuando me impulsaste a matarlas.
Dejaste de buscar sólo su compañía. Querías también partes de ellas. Algún “recuerdo”. Tu modus operandi cambió. Tú iniciaste siempre la seducción. Te gustaba disfrutar de ellas mientras yo aguardaba, inmóvil. Y luego, un día, sin aviso y con un solo movimiento me obligaste a rajar el cuello de una de esas desdichadas. ¡Yo no debí hacerlo! Chorros de sangre brotaron de su garganta. Un intento de grito se ahogó entre tanto líquido carmesí y sus ojos, impregnados de pavor, perdieron su vitalidad.
Desde entonces te gustó tanto que lo repetiste con las demás. ¡Y me estabas arrastrando a ese infierno sanguinario contigo! En los asesinatos posteriores, tras degollarlas, cuando ya no había más sangre que verter, sentía tu mano forzándome a sacar uno a uno los intestinos y órganos, incluyendo el útero. Ésos que te gustaba coleccionar. Una y otra vez fui destruyendo vidas. ¡Por tu culpa! Era repugnante, tan contradictorio. Yo no debería matar, al contrario, se supone que debo vencer o por lo menos ayudar a aplazar la muerte; y junto a ti lo único que lograba era la destrucción. Simplemente no puedo seguir así. Con cada una de esas prostitutas terminé nadando en sangre. Fue asqueroso.
Así que hoy, me pierdo. Te prometo que nadie me encontrará jamás. Ya no tiene sentido mi existencia en este mundo. Me has corrompido. He desgarrado la piel de esas mujeres, pero no por el motivo correcto. Ojalá y mi ausencia te detenga, porque de esa manera, por lo menos habré sido útil.
Adiós.
Tu escalpelo.
Peritos.
Este ejercicio buscaba que un objeto cortante fuera el narrador. Decidí hacer una historia del famosísimo Jack el Destripador. El escalpelo era el instrumento utilizado en aquella época por los médicos y se cree que un instrumento así fue el arma homicida. La carta está escrita un día después del último asesinato que se le atribuye al asesino (creando así la idea de que debido a su pérdida, Jack dejó de matar) y, como detalle extra, el escalpelo cumple su promesa de permanecer perdido, ya que nunca se encontró el arma con la que fueron degolladas las prostitutas.