jueves, 18 de febrero de 2010

MI SOL


Reconozco que no soy una persona “ordinaria”: me gustan los juegos de rol –no así los videojuegos–, la música de películas –sin incluir los temas cantados–, una buena conversación –que me obligue a salirme de mis ideas preconcebidas– y las cuestiones espirituales, metafísicas y de iluminación. “Eres raro entre los raros”, me han dicho varias veces, porque cuando estoy con un grupo en particular, no comparto todos los gustos del grupo; porque cuando expongo mis ideas en una conversación, muchas veces se me considera radical o raro en mi forma de tomar decisiones o de llegar a mis conclusiones; porque ayer no sabía hacia dónde iba y hoy sé que busco lo que muchos consideran un ideal que permanece en el horizonte, intangible aunque visible, lejano como el sol… a la misma distancia sin importar cuánto camines. Una utopía. Por momentos me ahogué en el desesperado intento de llegar a esa “normalidad” que todo el mundo anhela –o cree anhelar–. Jamás la encontré. Y cuando por fin creí encontrarla, yo cambié.


Hoy me doy cuenta que en su lugar encontré otro tesoro más valioso. Mi identidad. No una compartida entre varios, sino una única identidad: la amalgama que construyo día a día. Descubrí que al aceptar y abrazar mi forma de ser, dejé de aprobar preceptos o ideas que no me convencían, pero que debían existir por compromiso social. Era único, al igual que el resto del mundo, sólo que yo había aprendido a amar mi unicidad. Los demás preferían confundirse, difuminarse entre las masas, pero si yo lo hago me siento como un bosquejo incompleto a carboncillo, y lo que intento es llegar al color.


Ahora tengo un paso difícil al frente. Me doy cuenta que lo que hago, mi trabajo, mi rutina, mi vida tiene muchos elementos cuya única finalidad es la aceptación en un grupo definido. Ya no me interesan. Deseo separarme de ellos e iniciar mi propio andar, al paso que tenga que ser y por la ruta que yo elija; sin embargo, mi mente me juega trucos y me obliga a pensar en el fracaso: ¿y si no cobras por lo que haces, cómo vas a comer? ¿y si vives en un bosque, tu familia qué va a hacer? ¿y si dejas de trabajar, con qué te vas a sostener? ¿y si hoy no te sientes satisfecho, cómo sabes que algún día lo estarás?


Así que, ¿cómo saber si lo que hago es lo adecuado? ¿Si yo estoy bien o equivocado? Es sencillo: no lo sé, pero algo en mi interior me obliga a, poco a poco, dejar de mirar hacia atrás y reemprender mi marcha en un nuevo sentido. Aún no sé hacia dónde me llevarán mis pies, pero cierro los ojos y ya puedo sentir el viento en mi cara. La libertad. La ausencia de culpa. Por primera vez, me siento con el derecho de ignorar todas esas voces que se repiten en mi cabeza y abrir los brazos de par en par para recibir al destino, para despertar a mi nuevo mundo y abrazar, sin tapujos, mi sol.




Peritos

3 comentarios:

Tere dijo...

Muy interesantes tus reflexiones.

MarianaIY dijo...

Muy buenoo!! me gusto!

ToñoKaire dijo...

Creo que exhibes la profindad del ser... el ser objetivo que nos identifica como individuos y que hace mella en la constelación de almas que cruzan nuestro camino día a día... no somos extraños ni ordinarios solo somos seres.. tan distintos como el humo de cada chimenea o el aire que sopla en cada hoja de los árboles que nos dan oxígeno, tn distintos y tan iguales a la vez pero siempre únicos. FELICIDADES