martes, 22 de junio de 2010

HALLAZGO

Hace algunos días estaba con mi padre, escuchando uno más de los cuentos que me lee cada noche, cuando ese curioso sonido lo interrumpió. Soltó una carcajada y, sin quitar una muy amplia sonrisa, llamó a mi madre. Hicieron gestos, dijeron agugu tata, e incluso, mientras veía su sonrisa desvanecerse poco a poco, me hicieron cosquillas esperando que yo les siguiera el juego; pero mi mente seguía reproduciendo aquel misterioso ruido.

Al día siguiente, cuando estaba jugando con mi muñeco de tela, ese sonido volvió a surgir, difícil de describir. Corto, creciente y con un final abrupto. Parecía iniciar sigilosamente, como el susurro del viento cuando se cuela a escondidas por las rendijas de la ventana, como la repetición de una “u” muy suave. Después comenzaba a tomar cualidades originales. Cambiaba su tonalidad a una “a”, como el canto característico de un ave al graznar. Tenía algo que lo separaba de los demás. Que lo hacía único. Tras eso, inició su incremento en volumen, pero se volvió un fragor que me dio la impresión de sonar a veces como el grito de una mujer o niño cuando se asustan y otras como el de un dragón cuando está siendo atacado por un héroe. Después, adoptó al llegar al clímax, un coraje y fuerza impresionantes para luego sostenerse en un tono alegre, amoroso, vivo… pero miraba a mi alrededor y no veía ninguno de estos elementos. Sólo a mis padres que, clavando la mirada en mí, parecían esperar algo.

En el transcurso de la semana ese sonido se fue haciendo más frecuente, tanto que fue perdiendo importancia, aunque seguía sin saber qué lo causaba. Recordaba lo cambiante que era y su abrupto final, y eso le agregaba prácticamente todo el misterio: su manera tan diversa de presentarse, ora sigilosa, ora especial, triste, alegre, y en un instante deja de existir. Por eso decidí encontrarlo con todas mis fuerzas; y el único patrón que había notado era que sólo se producía cuando jugaba con mi muñeco o cuando me divertía con mis padres, así que esa noche, cuando mi papá me contaba otra de sus historias, me concentré cada vez más en notar su procedencia. Se podría decir que lo quería escuchar antes de que fuera emitido… y de pronto, ¡apareció! Y ahí, por fin, lo atrapé. Descubrí su fuente y la forma de repetirlo. Entendí el por qué era tan cambiante, característico, especial. Lo hice mío, penetré en sus misterios, lo dominé. Y ese día fue grandioso. Fue el día en que, con sólo cuatro meses de edad, reconocí mi propia voz.

Peritos
 Este cuento está inspirado en mi hijo que, al día de hoy, ya cuenta con 13 meses. La idea inicial era tomar un sonido como hilo conductor de una historia. Lo que quiero plasmar en él no es mi asombro -a pesar de ser enorme- por su creciente capacidad y manera en la que va descubriendo tanto su cuerpo y habilidades como las cosas que lo rodean; sino que quiero ensalzar SU asombro y SU maravilla cuando descubre SUS manos, SU voz, etc.
M'hijo: Que tus capacidades -y el mundo en general- jamás dejen de asombrarte y servirte para crecer cada vez más como persona.

viernes, 18 de junio de 2010

Miedo

Aquí va mi primer intento de prosa poética, escrita a las 3.15am, en una noche de insomnio cuando fui invadido por un repentino rush de inspiración.

MIEDO

Miedo de sentir, miedo de vivir, miedo de volar, y con el aire tocar el sol. De que mis alas de ïkaro se derritan con el calor, y azotar en el azul profundo del mar.

Y al despertar veo tu rostro que me mira inexpresivo al otro lado del espejo. No me atrevo a ver tus ojos, pues me dan ganas de llorar. Brillan con una luz tenue que se opaca. Y al opacarse ella, me opaca a mí, me quita el aliento, me impide respirar, me ciega, me impide sentir. Mis sentidos uno a uno se desvanecen.

Y en esa obscuridad, viendo sin ver, tocando sin sentir, probando sin degustar, mi cuerpo poco a poco muere. Mi corazón deja de latir, todo se desvanece, y me encuentro envuelto en un hoyo negro que me absorbe y me guía al otro lado del universo.

Un sueño. Todo es un sueño. Abro los ojos y tengo miedo. Miedo de sentir, miedo de vivir, miedo de volar. De desafiar la gravedad. Y en esa soledad solo siento tu calor: unas alas de angel que me cobijan, me abrigan, me brindan apoyo y me confortan.

¡Quiero unas alas como esas! Que no se derritan al calor del sol. Que me lleven a tocar la estrella donde tú y yo habremos de encontrarnos en un futuro. Donde te busco cada que me siento sólo, para buscar tu calor; donde te busco cada que me siento feliz, para sonreír contigo; donde te busco cada que me siento orgulloso, para que celebres esos triunfos conmigo; donde te busco cada que me siento triste, para recordar tu hombro una vez más, y en él encontrar el consuelo que tanto busco.

Miedo de sentir, miedo de vivir, miedo de volar, y que el aire me lleve más allá de dónde nadie lo ha hecho jamás. A buscar un infinito que se expande, y encontrar en él un sueño que no he podido realizar.

Miedo a la solitud, al desamor, ¡miedo a sentir! Porque sentir lastima, y esas profundas heridas, aunque sanan, dejas cicatrices que ni el tiempo, en su infinito poder, pueden sanar.

Y entonces el corazón se enfría, el corazón se endurece, el corazón cierra las puertas. Y es entonces que surge el miedo: miedo a sentir, miedo a vivir, miedo a volar más allá de dónde Íkaro fue. Porque las caídas duelen, el corazón se lastima, los sentidos se desvanecen, y se entra en un túnel sin final del que parece que nunca se saldrá.

¿Será que estamos destinados a la solitud eterna? Solitud y no soledad. Porque no son lo mismo.

Y frente a una colina veo el mar, veo a la sirena convertida en espuma, veo los restos y las cadenas de Andrómeda que son llevadas hasta la orilla arrastradas por la corriente. Las toco, están frías, y me cobijo con ellas. El cielo se nubla, el aire se enoja, y comienza una tormenta. Y siento miedo, miedo de sentir, miedo de vivir, miedo de volar en un aire que encrispa la piel, ensordece el oído, ciega los ojos.

¿Por qué es que sentir es tan lastimero? Después de años de ignorar al corazón, opacar sus llantos con la razón, cerrar sus puertas y sólo dejarlo latir, por qué es que después de tanto protegerlo, decidí abrirlo, si al final sólo juegan con él. Lo toman entre unas manos que ofrecen seguridad, y cuando por fin decides arriesgarte, lo engañan y lastiman.

Como a un muñeco vudú que le encajan alfileres sin pensar en las consecuencias.

Recuerdo aquella historia de la golondrina que, ingénua, da su sangre, toda ella, y muere para crear la rosa más bella, roja y llena de vida que se haya visto jamás. Rosa que fue cortada por un adolescente enamoradizo para darla a su amada en un intento desesperado de ganar su corazón. Y ella, sin saber el sacrificio que implicó crear aquella magnífica pieza natural, cierra la puerta en su cara, tirando la rosa al piso, deshojándola.

Es imposible generar cariño o afecto. Tiene que surgir y prevalecer de uno mismo, y no importa lo que otros hagan, no se puede forzar. Pero entonces, ¿de qué sirve tanto sacrificio? ¡Es inútil!

Miedo a sentir, miedo a vivir, miedo a volar como esa golondrina que, a pesar de su sacrificio, no logró lo que quería incluso viendo la desesperación de aquel individuo que, como yo, se vio forzado a cerrar su corazón. A enfriarlo y opacarlo con la razón.

Una gota de lluvia toca mi cabeza. Pensaba mucho y sentía poco. Ahora ocurre justo al revés. Malabarista habré de ser, para encontrar un equilibrio difícil de lograr. Para poder permanecer en la cuerda floja sin tener miedo, miedo de sentir, miedo de vivir, miedo de volar.

Porque, aunque vuele sólo, ¡vuelo LIBRE!

mr. anderson~

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