MIEDO
Miedo de sentir, miedo de vivir, miedo de volar, y con el aire tocar el sol. De que mis alas de ïkaro se derritan con el calor, y azotar en el azul profundo del mar.
Y al despertar veo tu rostro que me mira inexpresivo al otro lado del espejo. No me atrevo a ver tus ojos, pues me dan ganas de llorar. Brillan con una luz tenue que se opaca. Y al opacarse ella, me opaca a mí, me quita el aliento, me impide respirar, me ciega, me impide sentir. Mis sentidos uno a uno se desvanecen.
Y en esa obscuridad, viendo sin ver, tocando sin sentir, probando sin degustar, mi cuerpo poco a poco muere. Mi corazón deja de latir, todo se desvanece, y me encuentro envuelto en un hoyo negro que me absorbe y me guía al otro lado del universo.
Un sueño. Todo es un sueño. Abro los ojos y tengo miedo. Miedo de sentir, miedo de vivir, miedo de volar. De desafiar la gravedad. Y en esa soledad solo siento tu calor: unas alas de angel que me cobijan, me abrigan, me brindan apoyo y me confortan.
¡Quiero unas alas como esas! Que no se derritan al calor del sol. Que me lleven a tocar la estrella donde tú y yo habremos de encontrarnos en un futuro. Donde te busco cada que me siento sólo, para buscar tu calor; donde te busco cada que me siento feliz, para sonreír contigo; donde te busco cada que me siento orgulloso, para que celebres esos triunfos conmigo; donde te busco cada que me siento triste, para recordar tu hombro una vez más, y en él encontrar el consuelo que tanto busco.
Miedo de sentir, miedo de vivir, miedo de volar, y que el aire me lleve más allá de dónde nadie lo ha hecho jamás. A buscar un infinito que se expande, y encontrar en él un sueño que no he podido realizar.
Miedo a la solitud, al desamor, ¡miedo a sentir! Porque sentir lastima, y esas profundas heridas, aunque sanan, dejas cicatrices que ni el tiempo, en su infinito poder, pueden sanar.
Y entonces el corazón se enfría, el corazón se endurece, el corazón cierra las puertas. Y es entonces que surge el miedo: miedo a sentir, miedo a vivir, miedo a volar más allá de dónde Íkaro fue. Porque las caídas duelen, el corazón se lastima, los sentidos se desvanecen, y se entra en un túnel sin final del que parece que nunca se saldrá.
¿Será que estamos destinados a la solitud eterna? Solitud y no soledad. Porque no son lo mismo.
Y frente a una colina veo el mar, veo a la sirena convertida en espuma, veo los restos y las cadenas de Andrómeda que son llevadas hasta la orilla arrastradas por la corriente. Las toco, están frías, y me cobijo con ellas. El cielo se nubla, el aire se enoja, y comienza una tormenta. Y siento miedo, miedo de sentir, miedo de vivir, miedo de volar en un aire que encrispa la piel, ensordece el oído, ciega los ojos.
¿Por qué es que sentir es tan lastimero? Después de años de ignorar al corazón, opacar sus llantos con la razón, cerrar sus puertas y sólo dejarlo latir, por qué es que después de tanto protegerlo, decidí abrirlo, si al final sólo juegan con él. Lo toman entre unas manos que ofrecen seguridad, y cuando por fin decides arriesgarte, lo engañan y lastiman.
Como a un muñeco vudú que le encajan alfileres sin pensar en las consecuencias.
Recuerdo aquella historia de la golondrina que, ingénua, da su sangre, toda ella, y muere para crear la rosa más bella, roja y llena de vida que se haya visto jamás. Rosa que fue cortada por un adolescente enamoradizo para darla a su amada en un intento desesperado de ganar su corazón. Y ella, sin saber el sacrificio que implicó crear aquella magnífica pieza natural, cierra la puerta en su cara, tirando la rosa al piso, deshojándola.
Es imposible generar cariño o afecto. Tiene que surgir y prevalecer de uno mismo, y no importa lo que otros hagan, no se puede forzar. Pero entonces, ¿de qué sirve tanto sacrificio? ¡Es inútil!
Miedo a sentir, miedo a vivir, miedo a volar como esa golondrina que, a pesar de su sacrificio, no logró lo que quería incluso viendo la desesperación de aquel individuo que, como yo, se vio forzado a cerrar su corazón. A enfriarlo y opacarlo con la razón.
Una gota de lluvia toca mi cabeza. Pensaba mucho y sentía poco. Ahora ocurre justo al revés. Malabarista habré de ser, para encontrar un equilibrio difícil de lograr. Para poder permanecer en la cuerda floja sin tener miedo, miedo de sentir, miedo de vivir, miedo de volar.
Porque, aunque vuele sólo, ¡vuelo LIBRE!
mr. anderson~
~
1 comentario:
El ruiseñor no fue ingenuo. Sabía lo que daba y qué obtenía. Entonces, ¿de qué sirve tanto sacrificio, preguntas? De nada si sólo ves su utilidad por lo que juzgan y opinan los demás; pero de mucho, si tú lo valoras por lo que sabes que cuesta aquello que vas a entregar.
¡Me gustó tu poema en prosa! El darte cuenta que ahora estás del otro lado del camino es el inicio para encontrar el centro y caminar en equilibro. ¡Felicidades!
Publicar un comentario