Cambió su nombre a Alexander. Lo consideraba más apropiado para un mago como él; no un ilusionista cualquiera, sino un taumaturgo. Él obraba verdaderos milagros a través de las secretas artes arcanas y la ciencia hermética.
Un día despertó con el deseo de realizar una buena acción. Pensó que era importante dejar un legado en el mundo, así que prendió el televisor y observó las noticias. El país entero parecía conmocionado con el camino que había tomado la guerra contra el narcotráfico. Muertos aquí, decapitados allá, balaceras acullá. Todos los estados eran propensos a volverse un sangriento campo de guerra. Apagó el aparato y comenzó a urdir su plan: Desaparecer toda la droga y las armas del país. Esto estaba bien, pero no bastaba. No tardarían en producir más droga, importar más armas y volver a las andadas. Había que trabajar más para que no se pudieran recuperar. “Si lograra paralizar el negocio del narcotráfico lo suficiente para que todos los adictos se desintoxicaran –pensó–, tal vez les daría una oportunidad de salir de ese estilo de vida y prosperar”, así que decidió hacer desaparecer también todo el dinero de los narcotraficantes y dividirlo –en partes iguales– entre el resto de los ciudadanos. ¡Esto era perfecto! “No sólo acabaríamos sin narcotraficantes, sino que el resto del país saldría de la pobreza en un abrir y cerrar de ojos”.
Alexander estaba feliz. Su plan no podía fallar; pero requeriría mucho trabajo hacer un ritual que lograra ese cometido. Como es bien sabido por todos los iniciados en esta ciencia, nadie, ni siquiera los más grandes Maestros de la historia pueden escapar a La Ley, que todo lo rige en el universo. Él sabía que el Todo es mental y que todo lo existente se puede transmutar, así que, teniendo esto en consideración, trabajó por varios días (y varias noches) en un hechizo que pudiera lograr lo que él buscaba. “Como es arriba, es abajo”, se repetía a manera de mantra mientras creaba en sí mismo una estructura mental capaz de darle causalidad a los cambios que buscaba. Al vaciar sus ideas, robusteció su voluntad, perfeccionando así sus ejercicios espirituales y su enfoque de energía. Enriqueció sus conocimientos y puso al límite sus capacidades. Mucho cuidado fue puesto en todos y cada uno de los métodos que utiliza un personaje de su calibre. Era un trabajo diligente, que requería perfección. Cuando todo estaba listo, rezó su conjuro, transmutando de esta forma el universo mismo. Una ola de energía se liberó desde su cuerpo –o así lo sintió– y recorrió cada centímetro cuadrado de la nación. Alexander quedó exhausto. Se quedó dormido.
Una semana después Alexander despertaba. Había estado tendido en el suelo todo ese tiempo a causa del agotamiento mental y físico que había experimentado. Prendió la televisión para conocer las noticias y supo que ahora el narcotráfico se había detenido por falta de fondos y que todos los ciudadanos tenían una gran cantidad de dinero en los bolsillos –todos, claro está, a excepción de aquellos que lucraban anteriormente con la venta de drogas–. El milagro se había obrado.
Durante aproximadamente dos meses, los medios no dejaron de agradecer a Dios por lo que había hecho con el país. Los creyentes en la Virgen aseguraban que eran “el pueblo consentido” y comenzaron los rumores de que incluso se volverían la nación más poderosa del mundo. La gente se comportaba bien, los adictos comenzaron su desintoxicación –no por voluntad propia–, y los antiguos miembros del comercio de narcóticos no tuvieron más remedio que comenzar a buscar trabajo porque sin medios ni armas, retomar el negocio era imposible.
Sin embargo, no todos estaban contentos. Para algunos el hecho de tener de pronto tanto dinero les causó problemas al no saber qué hacer con él y comenzaron a despilfarrarlo al punto de quedarse igual o peor que como estaban. Para otros, la ansiedad de no contar con los estupefacientes habituales, los orilló a la agresión, y en algunos casos al suicidio. Había también aquellos en los que el deseo de dinero se volvió una sed insaciable y comenzaron a importar armas para quitarle el dinero a los demás; sabiendo que todo el país disfrutaba de riquezas, elegir víctimas no era difícil. Esto continuó hasta que los robos a mano armada en las calles eran cosa de todos los días. Irónicamente, los que cometían estos crímenes no eran los mismos a los que Alexander despojó de sus bienes, eran ciudadanos comunes que simplemente se corrompieron al tener en sus manos riquezas que nunca imaginaron.
Poco a poco la sociedad se fue desplomando. Pasadas unas semanas, aquellos que se quedaron sin el negocio de las drogas tuvieron suficiente de vivir como ciudadanos normales y comenzaron a extorsionar, secuestrar y matar. Casi todos los que habían vivido en pobreza absoluta otra vez estaban en la quiebra por no saber administrar el dinero. Hubo más muertes, accidentes y agresiones en los meses siguientes que en el año anterior al suceso.
Alexander sólo observaba. Estaba un poco decepcionado pero comprendió que el ser humano sólo aprende a base del sufrimiento. Mientras se sienta a gusto en donde está, independientemente de sus capacidades para evolucionar, no pensará siquiera en actuar. Si no sufren, no mueven un solo dedo. Al que no le da hambre, no busca alimento; el que no desea algo, no intenta alcanzarlo. No importa cuánto mal hiciera alguien con poder, cuando le preguntas al pueblo qué haría en esa posición, la mayoría contestará: “lo mismo”. Ya no había mucho por hacer. Optó por emigrar. “No volveré, hasta que mis paisanos decidan terminar con esta locura, pero esta vez a su paso. Sin proezas”. Y dicho esto, se esfumó.
Un día despertó con el deseo de realizar una buena acción. Pensó que era importante dejar un legado en el mundo, así que prendió el televisor y observó las noticias. El país entero parecía conmocionado con el camino que había tomado la guerra contra el narcotráfico. Muertos aquí, decapitados allá, balaceras acullá. Todos los estados eran propensos a volverse un sangriento campo de guerra. Apagó el aparato y comenzó a urdir su plan: Desaparecer toda la droga y las armas del país. Esto estaba bien, pero no bastaba. No tardarían en producir más droga, importar más armas y volver a las andadas. Había que trabajar más para que no se pudieran recuperar. “Si lograra paralizar el negocio del narcotráfico lo suficiente para que todos los adictos se desintoxicaran –pensó–, tal vez les daría una oportunidad de salir de ese estilo de vida y prosperar”, así que decidió hacer desaparecer también todo el dinero de los narcotraficantes y dividirlo –en partes iguales– entre el resto de los ciudadanos. ¡Esto era perfecto! “No sólo acabaríamos sin narcotraficantes, sino que el resto del país saldría de la pobreza en un abrir y cerrar de ojos”.
Alexander estaba feliz. Su plan no podía fallar; pero requeriría mucho trabajo hacer un ritual que lograra ese cometido. Como es bien sabido por todos los iniciados en esta ciencia, nadie, ni siquiera los más grandes Maestros de la historia pueden escapar a La Ley, que todo lo rige en el universo. Él sabía que el Todo es mental y que todo lo existente se puede transmutar, así que, teniendo esto en consideración, trabajó por varios días (y varias noches) en un hechizo que pudiera lograr lo que él buscaba. “Como es arriba, es abajo”, se repetía a manera de mantra mientras creaba en sí mismo una estructura mental capaz de darle causalidad a los cambios que buscaba. Al vaciar sus ideas, robusteció su voluntad, perfeccionando así sus ejercicios espirituales y su enfoque de energía. Enriqueció sus conocimientos y puso al límite sus capacidades. Mucho cuidado fue puesto en todos y cada uno de los métodos que utiliza un personaje de su calibre. Era un trabajo diligente, que requería perfección. Cuando todo estaba listo, rezó su conjuro, transmutando de esta forma el universo mismo. Una ola de energía se liberó desde su cuerpo –o así lo sintió– y recorrió cada centímetro cuadrado de la nación. Alexander quedó exhausto. Se quedó dormido.
Una semana después Alexander despertaba. Había estado tendido en el suelo todo ese tiempo a causa del agotamiento mental y físico que había experimentado. Prendió la televisión para conocer las noticias y supo que ahora el narcotráfico se había detenido por falta de fondos y que todos los ciudadanos tenían una gran cantidad de dinero en los bolsillos –todos, claro está, a excepción de aquellos que lucraban anteriormente con la venta de drogas–. El milagro se había obrado.
Durante aproximadamente dos meses, los medios no dejaron de agradecer a Dios por lo que había hecho con el país. Los creyentes en la Virgen aseguraban que eran “el pueblo consentido” y comenzaron los rumores de que incluso se volverían la nación más poderosa del mundo. La gente se comportaba bien, los adictos comenzaron su desintoxicación –no por voluntad propia–, y los antiguos miembros del comercio de narcóticos no tuvieron más remedio que comenzar a buscar trabajo porque sin medios ni armas, retomar el negocio era imposible.
Sin embargo, no todos estaban contentos. Para algunos el hecho de tener de pronto tanto dinero les causó problemas al no saber qué hacer con él y comenzaron a despilfarrarlo al punto de quedarse igual o peor que como estaban. Para otros, la ansiedad de no contar con los estupefacientes habituales, los orilló a la agresión, y en algunos casos al suicidio. Había también aquellos en los que el deseo de dinero se volvió una sed insaciable y comenzaron a importar armas para quitarle el dinero a los demás; sabiendo que todo el país disfrutaba de riquezas, elegir víctimas no era difícil. Esto continuó hasta que los robos a mano armada en las calles eran cosa de todos los días. Irónicamente, los que cometían estos crímenes no eran los mismos a los que Alexander despojó de sus bienes, eran ciudadanos comunes que simplemente se corrompieron al tener en sus manos riquezas que nunca imaginaron.
Poco a poco la sociedad se fue desplomando. Pasadas unas semanas, aquellos que se quedaron sin el negocio de las drogas tuvieron suficiente de vivir como ciudadanos normales y comenzaron a extorsionar, secuestrar y matar. Casi todos los que habían vivido en pobreza absoluta otra vez estaban en la quiebra por no saber administrar el dinero. Hubo más muertes, accidentes y agresiones en los meses siguientes que en el año anterior al suceso.
Alexander sólo observaba. Estaba un poco decepcionado pero comprendió que el ser humano sólo aprende a base del sufrimiento. Mientras se sienta a gusto en donde está, independientemente de sus capacidades para evolucionar, no pensará siquiera en actuar. Si no sufren, no mueven un solo dedo. Al que no le da hambre, no busca alimento; el que no desea algo, no intenta alcanzarlo. No importa cuánto mal hiciera alguien con poder, cuando le preguntas al pueblo qué haría en esa posición, la mayoría contestará: “lo mismo”. Ya no había mucho por hacer. Optó por emigrar. “No volveré, hasta que mis paisanos decidan terminar con esta locura, pero esta vez a su paso. Sin proezas”. Y dicho esto, se esfumó.
Peritos
¿Alguna vez has deseado que por arte de magia se arregle algún problema? Piénsalo. Tal vez no es la solución.
¿Alguna vez has deseado que por arte de magia se arregle algún problema? Piénsalo. Tal vez no es la solución.
1 comentario:
Tu cuento estuvo interesante. Lo que se necesita no es magia, sino un diluvio! Definitivamente, la decadencia es una condición humana presente en todas las generaciones. Chivis*
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