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Caminaba como cualquier viandante por una calle totalmente desolada. Era como si los habitantes de la ciudad entera de pronto se hubieran mudado a algún lugar aledaño, o un Objeto Volador No Identificado los hubiera raptado a todos menos a mí. El aire estaba quieto, y el sol, aunque brillaba con fuerza sobre mi cabeza, no quemaba. Tampoco hacía frío. Era un clima perfecto. Di vuelta en una esquina, había una parada de autobús cerca. Una cartulina pegada en ésta anunciaba en brillantes colores: 01-800-CASA-DE-DIOS (01-800-2272-33-3467). Era una extraña propaganda. “¿Por qué pondrían la imagen de un teléfono del siglo pasado en ella? ¡En pleno nuevo milenio! Un teléfono celular sería más apropiado, no esa baratija negra tamaño televisión de 40 pulgadas, con el micrófono y el auricular separados uno del otro” pensé. Y entonces, como si el cartel tuviera conciencia y hubiera escuchado mi pensamiento, comenzó a transformarse. Igual que en una película surrealista, el teléfono negro de principios del Siglo XX se convirtió en tinta que salía a borboteos del cartel, se solidificaba, y se transformaba en un celular materializado en medio del aire; y terminada esta metamorfósis, cayó al pavimento, azotándose, pero conservando, intacto, su forma y funcionalidad. “¿Para qué querría yo un celular? Tengo el mío” pensé sin moverme, mientras repasaba con mis manos los bolsillos de mi pantalón.
Vacíos. Estaban vacíos. Era muy extraño, nunca había olvidado mi teléfono celular en años. Me hinqué para recoger el teléfono que se había materializado frente a mí, y al mirar al frente, aún en cuclillas, vi de nuevo la extraña propaganda justo a la altura de mi cabeza. Me levanté con el teléfono en manos, y sabiendo que toda esa experiencia tendría que ser un sueño, marqué.
01-800-2272-33-3467, “Casa de Dios”. Debía ser alguna broma, pero en un sueño, todo es irreal. Mi mente jugando conmigo, y nada más; no hay riesgos. Deseé haber soñado mejor con mi madre. ¡Cuánto la extrañaba! Recordé en ese momento sus últimos días: allí sentada, inconsciente, presente en cuerpo, pero no en espíritu. Era como si fuera ella, pero no lo fuera en realidad. Su mirada perdida en el infinito, como una máquina biológica que conserva funcionalidad, pero carece de esencia.
Mas en esta experiencia no tenía control de la situación. Tan sólo la ventaja de saberme en un sueño. “Buenas tardes”, me responde un interlocutor digitalizado, “estás hablando a la casa de Dios. Si deseas presentar una queja, marca uno. Para agradecimientos y bendiciones, marca dos. Para solicitar milagros, marca tres. Obras de caridad y beneficencia, marca cuatro…”. No pude evitar hacer una mueca exagerada en respuesta a lo que escuchaba. “…Si deseas hablar con alguien viviendo en el Paraíso, marca cinco…”. De nuevo pensé en ella. “Si prefiere esperar a un representante de la Casa de Dios, por favor espere en la línea”. Colgué de inmediato.
Empezaba a disgustarme el sueño, así que decidí hacerme despertar. Un pellizco, y nada. Un golpe en la frente con mi mano extendida, y nada. Mi frente contra el poste de iluminación urbana, y nada. Todo lo anterior ahora con más fuerza, y nada. ¡Qué rabia! Un golpe más, nada. Mi cabeza azotándose constantemente contra la pared de roca del edificio al lado de la estación de autobuses, ¡nada! ¡¿Qué estaba pasando?! Extendí mi brazo y un tremendo gancho en la mandíbula proporcionado por mí mismo me hizo estampar contra el piso, mirada al cielo, espalda contra el pavimento. Ni una pizca de dolor. Era un sueño, era normal no sentir dolor, pero, ¡¿por qué no despertaba?! Y así como estaba, tirado, viendo al cielo, me di cuenta que las nubes cambiaban de forma. Formaban… ¿letras? No… ¡números! 01-800-CASA-DE-DIOS. Allí estaba otra vez, ese número telefónico, y justo a mi lado el celular del cartel que se había materializado y que había tirado accidentalmente debido a la golpiza que yo mismo me propiné.
Lo tomé una vez más, y volví a marcar. Otra vez la grabación. “Buenas tardes. Estás hablando a la casa de Dios. Si deseas presentar una queja…”. Estaba perplejo. No había dolor, pero tanta zarandeada me había confundido. De nuevo pensé en ella. Como una tira cómica, repasaba en mi mente imágenes que daban vida a recuerdos que regresaban a mi mente y la invadían de una forma tan agresiva e imparable como el mismo cáncer que la había agredido a ella, llevándola a lo inevitable. Y cada imagen en mi mente generaba una lágrima más, una emoción más. “…Si deseas hablar con alguien viviendo en el Paraíso, marca cinco”. Y así fue. Marqué el cinco. Se escuchó silencio por unos instantes, y luego comenzó a dar línea. Tan sólo unos segundos, y de nuevo una voz computarizada habló, preguntando el nombre de quién buscaba.
-Mi madre,- respondí -quiero hablar con mi madre.
-Repasando la base de datos…- le prosiguió un silencio. Luego, continuó, con la misma voz de grabación de siempre –no se han encontrado personas con las características proporcionadas. Por favor inténtelo más tarde.
“¡Qué rabia! ¡Tenía que estar allí!” Lo intenté tres, cuatro, cinco veces más, sin éxito. Un gran enojo y una tristeza inconsolable me invadieron. Y conforme mi mente se nublaba, así también se nublaba el cielo. La luz comenzó a irse, y con ese mismo surrealismo con el que el teléfono móvil se materializó frente a mí, los edificios desaparecían conforme los tocaba la sombra que las densas nubes generaban. “¡Para qué tanta propaganda a un teléfono que no me sirve de nada!” Y una vez que los edificios habían desaparecido por completo, las sombras cubriéndolo todo, a mi vista todo en total oscuridad, intenté una última vez hacerme despertar con otro gancho a la mandíbula, que nuevamente me hizo caer de espalda al piso. Estallé en llanto, y con éste, se desató una tormenta. Mi mente estaba totalmente confundida. Como una persona navegando de noche en un océano de tal inmensidad que, para dónde vea, sólo hay mar. Cómo saber qué dirección tomar o hacia dónde navegar si todo está ennegrecido, y lo único que ves es agua.
Y pasados unos minutos de llanto sin consuelo y de repasar las imágenes de mi madre en sus últimos días, sin esperanza, estando allí pero no estándolo, y de enfrentar esa rabia que sentía por habernos dejado, y de incluso culparla por cómo ahora las cosas estaban mal gracias a su ausencia, llegó un momento de claridad. Así como un oasis en un desierto infinito en medio de una tormenta de arena. “Pero qué estoy haciendo… ¿así es como quiero recordarla? ¿En sus momentos en los que la esperanza está muerta y la conciencia ausente?” Y en ese instante, la lluvia cesó, y las nubes, aún densas, abrieron espacio en el cielo para que un solo rayo de luz se colara iluminando el intacto cartel –a pesar de la tormenta- sobre la parada de autobuses. 01-800-CASA-DE-DIOS. Y entonces entendí. Pasé varios minutos más, tal vez horas meditando. Recordando. No me había percatado que mi mente estaba bloqueada. Y todos los fatídicos recuerdos que había tenido de pronto se transformaron en una nostalgia serena, y en remembranzas que traían a mi mente imágenes de los abrazos, las caricias, el apoyo incondicional y cariño que me tenía. Y la dejé ir.
Tomé el celular en mis manos, y con la mirada puesta sobre el cartel en la parada de autobuses, marqué el teléfono que allí venía. Las nubes se aclararon por completo. De nuevo había luz. “Buenas tardes, estás hablando a la casa de Dios…”. Otra vez el conmutador. Mi corazón latía con fuerza esta vez, casi salía de mi pecho, cuando finalmente llegó a la opción que anhelaba. Marqué el cinco, esperé en la línea; “mi madre” respondí de nuevo a la interrogación, y estallé de júbilo al escuchar su voz.
-¡Madre!
Y sólo entonces, desperté.
mr. anderson~
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8 comentarios:
Escrito con el corazón en la mano.
wow primo.. sin palabras, muchas felicidades.
Como Arturito dijo: con el corazon en la mano
Me quedé muda y con los ojos llenos de lágrimas... Una verdad y una realidad que no pudiste expresar mejor. Felicidades!!
BRAVO!!! de vdd muy bien hermano
¡TODO UN ESCRITO PRIMO! Tienes una increible capacidad de decirlo todo con las palabras justas :D. ¡HERMOSO!
Lalito:
Me hiciste llorar. Me dio mucho gusto que saliera todo eso atorado en tu corazón. Seguramente tu madre desde el cielo está muy contenta de que la recuerdes en los momentos felices y no en los tristes. Te quiero mucho y gracias por compartir estos sentimientos.
Muy bonito Rich, me gustò mucho, me sacaste algunas làgrimas.
Brenda
Todos tus sentimientos resumidos en estas palabras, Te felicito es hermoso! no descartes la posibilidad de hacer un libro con tu historia.
Rocio
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