Fue entonces cuando corrió tan rápido como pudo. Los demás nos quedamos paralizados. Sus pies se movían con tal agilidad que parecieron flotar, descalzos, sobre la hierba. El viento sopló suave sobre su cara, dibujándole una sonrisa en el rostro. Tras un par de metros, sin bajar la velocidad, abrió los brazos de par en par y se transformó en vacío. Un vacío intenso, extrañamente radiante y tan absolutamente tranquilizador, que lágrimas corrieron por nuestras mejillas. No había alegría o tristeza. Era algo más profundo. Una tranquilidad indescriptible. Era paz.
Peritos
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