Cuando entré, el sillón de la sala más próximo a la
entrada me llamó con una fuerza que no pude resistir. De inmediato me dejé caer
sobre él con abrumo y pesadez, echando la cabeza hacia el respaldo mientras mis
glúteos se resbalan hacia el final del asiento, las piernas totalmente estiradas, los brazos por dentro
del asiento. Todo yo quedé hecho como una plasta de chapopote en el sillón, que
eventualmente empieza a secarse, sólo que lo que se secaba era mi cerebro.
Excepto por los muy ocasionales motores de automóviles que se dejaban oír desde
la puerta, algunos más lejos que otros, se oía casi absoluto silencio. Me
atreví a cerrar los ojos. Necesitaba despejarme. El utópico equipo de trabajo
en la empresa se desvanecía. Además, es época navideña... El amor falso y los detalles
que son solo producto de la mercadotecnia, con un muy pasajero sentimiento de
afecto que a las dos semanas ha quedado olvidado, no van conmigo. Pero por
supuesto, lo que más me amedrenta son las angustias del trabajo, que se suman y
me ponen al borde de un colapso nervioso. Todo eso consume mi energía y
pensamiento. Y así como estoy, hecho una plasta en el sillón, intento poner mi
mente en blanco… Todo en blanco… No pienso nada, nada me acongoja… “Miau” Sólo
cierro mis ojos y… “Miau” Y me esfuerzo por olvidarlo todo… “Miau”. ¡Esos
pinches gatos! Junto la fuerza necesaria para poner todo mi cuerpo en
movimiento. Con pesadez y torpeza me levanto y camino como zombi hasta el baño.
Abro la puerta, y tres pequeños mininos me voltean a ver un instante, para
después seguir jugando entre ellos. Uso el retrete de asiento, y me quedo allí,
observándolos. Me ayuda a pensar en ellos y dejar las angustias de lado. Siento
un pequeño jalón en la bastilla del pantalón, y unas garritas comienzan a
trepar por entre las costuras de mi prenda. El más pequeño de todos ha logrado
escalar mi pierna hasta mi regazo. Junto las piernas para ofrecer un lugar más
cómodo, le acaricio un poco la frente y detrás de la oreja, da dos vueltas
sobre su propio eje, y, ronroneando, se echa al mismo tiempo que otro comienza
a escalar. Cuando llega a mis muslos el primero maúlla en un sonoro quejido. Le
han invadido su espacio. Se arrincona un poco y deja espacio para el más
reciente. Comienzo a recorrer su pelaje con mis manos. Son suaves y tiernos.
Sus orejas frías, hace frío afuera. Una pequeña garra me incomoda un poco por
entre el pantalón, y descubro que el último de ellos está ya escalando usando
las costuras, hasta que llega a mi pierna. Tres gatos en mi regazo que buscan
mi afecto, y se los entrego. Una caricia allí, otra allá, hasta que se
acurrucan, primero ronroneando, y luego dejando espacio al silencio absoluto de
un cuarto de baño cerrado. Los miro por un largo tiempo, me inspiran ternura, y
así que me quedo… Mis angustias han desaparecido… Si acaso por un instante,
pero han desaparecido. Mi mente en blanco, el sonido en silencio.
mr. anderson~
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