jueves, 20 de agosto de 2015

Gatos


Cuando entré, el sillón de la sala más próximo a la entrada me llamó con una fuerza que no pude resistir. De inmediato me dejé caer sobre él con abrumo y pesadez, echando la cabeza hacia el respaldo mientras mis glúteos se resbalan hacia el final del asiento, las piernas  totalmente estiradas, los brazos por dentro del asiento. Todo yo quedé hecho como una plasta de chapopote en el sillón, que eventualmente empieza a secarse, sólo que lo que se secaba era mi cerebro. Excepto por los muy ocasionales motores de automóviles que se dejaban oír desde la puerta, algunos más lejos que otros, se oía casi absoluto silencio. Me atreví a cerrar los ojos. Necesitaba despejarme. El utópico equipo de trabajo en la empresa se desvanecía. Además, es época navideña... El amor falso y los detalles que son solo producto de la mercadotecnia, con un muy pasajero sentimiento de afecto que a las dos semanas ha quedado olvidado, no van conmigo. Pero por supuesto, lo que más me amedrenta son las angustias del trabajo, que se suman y me ponen al borde de un colapso nervioso. Todo eso consume mi energía y pensamiento. Y así como estoy, hecho una plasta en el sillón, intento poner mi mente en blanco… Todo en blanco… No pienso nada, nada me acongoja… “Miau” Sólo cierro mis ojos y… “Miau” Y me esfuerzo por olvidarlo todo… “Miau”. ¡Esos pinches gatos! Junto la fuerza necesaria para poner todo mi cuerpo en movimiento. Con pesadez y torpeza me levanto y camino como zombi hasta el baño. Abro la puerta, y tres pequeños mininos me voltean a ver un instante, para después seguir jugando entre ellos. Uso el retrete de asiento, y me quedo allí, observándolos. Me ayuda a pensar en ellos y dejar las angustias de lado. Siento un pequeño jalón en la bastilla del pantalón, y unas garritas comienzan a trepar por entre las costuras de mi prenda. El más pequeño de todos ha logrado escalar mi pierna hasta mi regazo. Junto las piernas para ofrecer un lugar más cómodo, le acaricio un poco la frente y detrás de la oreja, da dos vueltas sobre su propio eje, y, ronroneando, se echa al mismo tiempo que otro comienza a escalar. Cuando llega a mis muslos el primero maúlla en un sonoro quejido. Le han invadido su espacio. Se arrincona un poco y deja espacio para el más reciente. Comienzo a recorrer su pelaje con mis manos. Son suaves y tiernos. Sus orejas frías, hace frío afuera. Una pequeña garra me incomoda un poco por entre el pantalón, y descubro que el último de ellos está ya escalando usando las costuras, hasta que llega a mi pierna. Tres gatos en mi regazo que buscan mi afecto, y se los entrego. Una caricia allí, otra allá, hasta que se acurrucan, primero ronroneando, y luego dejando espacio al silencio absoluto de un cuarto de baño cerrado. Los miro por un largo tiempo, me inspiran ternura, y así que me quedo… Mis angustias han desaparecido… Si acaso por un instante, pero han desaparecido. Mi mente en blanco, el sonido en silencio.


mr. anderson~

martes, 25 de junio de 2013

CELOS



Recién iniciado el trayecto, el velocímetro no rebasaba los cincuenta kilómetros por hora. La botella apenas mostraba indicios de consumo. “¿Dónde podrá estar?” pensaba con frecuencia. “Tal vez en este bar…”. Y al comprobar –tras exhaustiva búsqueda y varías vueltas alrededor del lugar- que el auto en cuestión no estaba allí, un largo trago, que culminaba inicialmente en un gesto de desagrado, le hacía llevadero el coraje.

* * *

Sofía siempre había sido una mujer sociable. Tenía un carisma que resultaba atractivo para muchos, y no porque la vieran con ojos de lujuria; era más bien cuestión de actitud. Tenía la facultad de hacer sentir a las personas en confianza, y por lo mismo, se rodeaba de gente que le tenían aprecio y estima.

Tenía su grupo predilecto de amigos, sin embargo. Aquéllos con los que podía ser y estar sin tapujos ni temores. Para la mala fortuna de Gregorio, tres hombres y Sofía eran los integrantes de tan selecto conjunto. Hombres todos. Homosexual alguno, con pareja los otros, pero hombres al fin. “Hombres que le envenenan la mente, y le presentan a otros…”. Y eso lo llenaba de rabia.

El título de noviazgo en la relación de Gregorio y Sofía había fracasado ya hacía un par de años. Mucho tiempo fue ella quien lloró su ausencia, lágrimas a las que él respondía con la misma frase: “No estoy preparado, no quiero este nivel de compromiso”. Los moteles, sin embargo, seguían viendo constantes sus encuentros en los que ambos veían aliviado el impulso sexual. Y mientras él la tomaba entre sus manos con fuerza siguiendo un instinto, ella veía en esas manos un cariño que crecía a cada vaivén de los cuerpos.

La situación se fue deteriorando progresivamente. Ella lloraba en soledad, y Gregorio salía con más mujeres. Ana y Bety fueron las más relevantes. Y cuando le dejaban o la relación fracasaba, de nuevo llamaba a Sofía para encontrarse en el motel Majestic. Así ocurrió hasta que ella decidió aniquilar todo encuentro con Gregorio en un afán de arrancar de raíz una mala hierba que crecía en su interior, que él regaba, y que ella, por aferrarse a lo que alguna vez fue, dejó crecer hasta que se convirtió en una enredadera que le asfixiaba el espíritu.

El tiempo obra maravillas, siempre lo ha hecho, y no fue la excepción para el ahogado corazón de Sofía. Empezó a respirar una vez más, y a cada respiro, se contaminaba más la mente de Gregorio. “¿Con quién podrá estar en este momento? ¿A quién le estarán presentando los imbéciles de sus amigos? ¿Qué les podrá estar diciendo ella de mí? ¡Puras pendejadas!”. No entendía por qué ella podría conocer a más hombres… ¡Ella era de Gregorio! ¡Y no había más! Sabía que lo amaba, sabía que regresaría a él a pesar de que conociera a más mujeres. “Porque ella también sabe que soy suyo, aunque yo salga con Beatriz”.

* * *

El tacómetro no tardó en empezar a verse un poco forzado. Iba ya la mitad de la botella, y dos lugares menos por visitar, con rumbo al tercero. Los cincuenta kilómetros por hora se convirtieron en setenta, y cada semáforo era oportunidad para un trago más. “¡Seguro está con aquéllos! ¡Los prefiere, siempre lo ha hecho!”.

La botella veía ya el último cuarto de líquido, y la vista y equilibrio de Gregorio empezaban a verse nublados. Habían sido ya tres los lugares que visitaba sin éxito obtenido. “¡Qué rabia! ¿Dónde estás puta? ¿¡Dónde!?”. Las muecas de amargura después de cada trago cesaron: ya se había acostumbrado al sabor, y empezaba a perder el sentido del gusto. Tomó la botella y se empinó el resto. “Tal vez en el estudio del idiota ese…”. Presionaba el acelerador con fuerza en un desesperado intento de hacer que el rojo del semáforo se pintara en verde antes de tiempo cuando vio en la esquina siguiente una tienda de abarrotes. El rechinido de llantas no se hizo esperar, y una sarta de maldiciones se escucharon en el aire cuando Gregorio omitió la luz del semáforo y un par de peatones corrían por su vida con el puño levantado. “¡Idiota, mira el camino!” gritaban.

-Dame una botella de José Cuervo…

Quién atendía giró sobre su hombro detrás del mostrador. Tomó una botella y la mostró a Gregorio.

-Sólo nos quedan las de tres cuartos…

-¡Sólo dámela…!- respondió exasperado. Y tras un instante pensativo, añadió –que sean dos.

Sofía y sus amigos caminaban a paso ligero sobre 5 de mayo, a un par de cuadras por encima de Circunvalación. Cargaban bolsas que contenían papas fritas, refrescos, y algunas cervezas. No tenían muchas pretensiones de la noche, tan sólo una plática amena, juegos de cartas, tal vez embriagarse y empezar a soltar confidencias que los llevaran a un desahogo para luego terminar riéndose de la situación.

Faltaban sólo un par de cuadras antes de llegar al estudio. A unos metros de un poste de iluminación urbana, poco antes de llegar, escucharon el rechinar de unas llantas que doblaban sobre Circunvalación hacia la calle por la que transitaban. Dos de cuatro giraron la cabeza sin detener sus pasos. “Algún borracho” pensaron. No estaban equivocados. El fuste de luz quedaba justo a su derecha cuando escucharon un grito rabioso que los detuvo en seco. “¡Sofía! ¡SOFÍA!”. Un escalofrío corrió por la nuca de ella; reconoció la voz al instante. El motor de la Blazer se oía imparable y agresivo. Sofía no lograba entender qué sucedía. Sabía que era Gregorio, pero, ¿qué estaba haciendo él ahí? Por la ventana del conductor de la camioneta se asomó su rostro enfurecido, la mano derecha sobre el volante, la izquierda extendida sobre el aire sosteniendo la botella vacía de José Cuervo. Maniobró como pudo, chocando constantemente con la banqueta de cantera que lo obligaba a centrarse en el carril, la mirada fulminante en los ojos de Sofía, que seguía paralizada. Tomó impulso con el brazo, y miles de miniaturas de cristal volaron por el aire al impactarse la botella con la madera del poste.

Sofía y amigos cubrieron sus caras instintivamente para protegerse de los pedazos que volaban frenéticos amenazando sus rostros. Gregorio, en rabia incontenida, hundió el acelerador hasta el fondo cuando vio que el grupo echó a correr. Dio la vuelta a la manzana, y detuvo la camioneta justo en la entrada al estudio en segunda línea de la calle. Azotó tanto como pudo una puerta que se mantenía inmóvil pese a sus esfuerzos. “¡Sofía, ábreme!”. Turnaba entre gritos, y largos tragos a la botella. “¡Sal ahora! ¡SAL, MALDITA SEA!”. La línea de autos detrás de la Blazer empezó a acumularse, y cuando se vio impotente ante aquella puerta, y el sonido de los cláxones llenó su balde de irritación, se puso nuevamente en marcha.

La segunda botella empezaba a ver el final, mientras la tercera aguardaba paciente. Sus sentidos estaban ya nublados por el alcohol, y su rabia se veía mínimamente desahogada en aspavientos y golpes en el volante del vehículo. Venía abstraído. Su cabeza se centraba en Sofía, y en Sofía sólo. Ignoró el rojo del semáforo. Ignoró las luces del vehículo que se aproximaba a gran velocidad por su izquierda. Ignoró el claxon que le pitaba desesperado. “¿Por qué Sofía…? ¡¿Por qué?!”.

La Blazer se vio impactada y giró tres veces antes de terminar volcada sobre el pavimento. No supo que pasó. Un hilo de sangre escurría por su frente, y su pecho estaba oprimido por partes de su propio automóvil que habían salido de su lugar. No podía respirar. Entre zumbidos, distinguió el sonido de una sirena.

-Tranquilo hijo, todo va a estar bien…

-Sofía… es tu culpa… Todo esto Sofía…

mr. anderson~

viernes, 9 de noviembre de 2012

ENSAYO SOBRE LA PERFECCIÓN


Cuando hablamos de perfección, decimos que el ser humano es, por definición, un ser imperfecto en busca de esa cualidad, que es única de un ser superior al cual se le conoce con varios nombres, entre ellos “Dios”.
Sin embargo, podemos decir que una persona puede alcanzar la perfección en cierto ámbito, cuando el resultado de dicha actividad alcanza ese mismo grado; es decir, alguien puede ser un escultor perfecto si todas sus esculturas son perfectas; otro más puede ser un pintor perfecto si todas sus obras son perfectas. Todo artista puede alcanzar la perfección si sus creaciones tienen esa cualidad.
Habiendo establecido esto, y bajo la premisa “Dios es perfecto”, podemos concluir sin temor a equivocarnos que toda acción de Dios es, por consiguiente, perfecta. Si el ser humano es una creación de Dios, entonces es posible afirmar que el ser humano es perfecto. Toda acción ejercida por el ser humano debe ser perfecta, ya que el ser humano es por naturaleza perfecto debido a que es una cualidad heredada de nuestro creador, el Dios perfecto. Cualquier imperfección por nuestra parte representaría sin lugar a dudas la existencia de un Dios imperfecto, o por lo menos, parcialmente perfecto.
Así que, cuando otro ser humano te dice que debes comportarte de cierta forma para alcanzar la gloria de Dios, puedes estar seguro que eres tan perfecto como aquél que te lo dice. Tu grado de excelencia no es ni superior ni inferior a la de cualquier otro, y esto siempre es un golpe duro de digerir para el ego, que cree tener siempre la razón a costa del inaceptable error en los demás.
Pues, de ahora en adelante, si observas tus acciones y las ejerces con convicción de estar haciendo lo correcto, puedes estar seguro que Dios, en su infinita perfección, te confeccionó con toda la capacidad –irrenunciable- de obrar inmaculadamente.
Peritos

miércoles, 2 de marzo de 2011

TAUMATURGIA

Cambió su nombre a Alexander. Lo consideraba más apropiado para un mago como él; no un ilusionista cualquiera, sino un taumaturgo. Él obraba verdaderos milagros a través de las secretas artes arcanas y la ciencia hermética.

Un día despertó con el deseo de realizar una buena acción. Pensó que era importante dejar un legado en el mundo, así que prendió el televisor y observó las noticias. El país entero parecía conmocionado con el camino que había tomado la guerra contra el narcotráfico. Muertos aquí, decapitados allá, balaceras acullá. Todos los estados eran propensos a volverse un sangriento campo de guerra. Apagó el aparato y comenzó a urdir su plan: Desaparecer toda la droga y las armas del país. Esto estaba bien, pero no bastaba. No tardarían en producir más droga, importar más armas y volver a las andadas. Había que trabajar más para que no se pudieran recuperar. “Si lograra paralizar el negocio del narcotráfico lo suficiente para que todos los adictos se desintoxicaran –pensó–, tal vez les daría una oportunidad de salir de ese estilo de vida y prosperar”, así que decidió hacer desaparecer también todo el dinero de los narcotraficantes y dividirlo –en partes iguales– entre el resto de los ciudadanos. ¡Esto era perfecto! “No sólo acabaríamos sin narcotraficantes, sino que el resto del país saldría de la pobreza en un abrir y cerrar de ojos”.

Alexander estaba feliz. Su plan no podía fallar; pero requeriría mucho trabajo hacer un ritual que lograra ese cometido. Como es bien sabido por todos los iniciados en esta ciencia, nadie, ni siquiera los más grandes Maestros de la historia pueden escapar a La Ley, que todo lo rige en el universo. Él sabía que el Todo es mental y que todo lo existente se puede transmutar, así que, teniendo esto en consideración, trabajó por varios días (y varias noches) en un hechizo que pudiera lograr lo que él buscaba. “Como es arriba, es abajo”, se repetía a manera de mantra mientras creaba en sí mismo una estructura mental capaz de darle causalidad a los cambios que buscaba. Al vaciar sus ideas, robusteció su voluntad, perfeccionando así sus ejercicios espirituales y su enfoque de energía. Enriqueció sus conocimientos y puso al límite sus capacidades. Mucho cuidado fue puesto en todos y cada uno de los métodos que utiliza un personaje de su calibre. Era un trabajo diligente, que requería perfección. Cuando todo estaba listo, rezó su conjuro, transmutando de esta forma el universo mismo. Una ola de energía se liberó desde su cuerpo –o así lo sintió– y recorrió cada centímetro cuadrado de la nación. Alexander quedó exhausto. Se quedó dormido.

Una semana después Alexander despertaba. Había estado tendido en el suelo todo ese tiempo a causa del agotamiento mental y físico que había experimentado. Prendió la televisión para conocer las noticias y supo que ahora el narcotráfico se había detenido por falta de fondos y que todos los ciudadanos tenían una gran cantidad de dinero en los bolsillos –todos, claro está, a excepción de aquellos que lucraban anteriormente con la venta de drogas–. El milagro se había obrado.

Durante aproximadamente dos meses, los medios no dejaron de agradecer a Dios por lo que había hecho con el país. Los creyentes en la Virgen aseguraban que eran “el pueblo consentido” y comenzaron los rumores de que incluso se volverían la nación más poderosa del mundo. La gente se comportaba bien, los adictos comenzaron su desintoxicación –no por voluntad propia–, y los antiguos miembros del comercio de narcóticos no tuvieron más remedio que comenzar a buscar trabajo porque sin medios ni armas, retomar el negocio era imposible.

Sin embargo, no todos estaban contentos. Para algunos el hecho de tener de pronto tanto dinero les causó problemas al no saber qué hacer con él y comenzaron a despilfarrarlo al punto de quedarse igual o peor que como estaban. Para otros, la ansiedad de no contar con los estupefacientes habituales, los orilló a la agresión, y en algunos casos al suicidio. Había también aquellos en los que el deseo de dinero se volvió una sed insaciable y comenzaron a importar armas para quitarle el dinero a los demás; sabiendo que todo el país disfrutaba de riquezas, elegir víctimas no era difícil. Esto continuó hasta que los robos a mano armada en las calles eran cosa de todos los días. Irónicamente, los que cometían estos crímenes no eran los mismos a los que Alexander despojó de sus bienes, eran ciudadanos comunes que simplemente se corrompieron al tener en sus manos riquezas que nunca imaginaron.

Poco a poco la sociedad se fue desplomando. Pasadas unas semanas, aquellos que se quedaron sin el negocio de las drogas tuvieron suficiente de vivir como ciudadanos normales y comenzaron a extorsionar, secuestrar y matar. Casi todos los que habían vivido en pobreza absoluta otra vez estaban en la quiebra por no saber administrar el dinero. Hubo más muertes, accidentes y agresiones en los meses siguientes que en el año anterior al suceso.

Alexander sólo observaba. Estaba un poco decepcionado pero comprendió que el ser humano sólo aprende a base del sufrimiento. Mientras se sienta a gusto en donde está, independientemente de sus capacidades para evolucionar, no pensará siquiera en actuar. Si no sufren, no mueven un solo dedo. Al que no le da hambre, no busca alimento; el que no desea algo, no intenta alcanzarlo. No importa cuánto mal hiciera alguien con poder, cuando le preguntas al pueblo qué haría en esa posición, la mayoría contestará: “lo mismo”. Ya no había mucho por hacer. Optó por emigrar. “No volveré, hasta que mis paisanos decidan terminar con esta locura, pero esta vez a su paso. Sin proezas”. Y dicho esto, se esfumó.

Peritos
¿Alguna vez has deseado que por arte de magia se arregle algún problema? Piénsalo. Tal vez no es la solución.